La paciencia es una virtud que muchos quisieran tener, pero pocos logran aprender. Nos encontramos en una época en la que todo se mueve a una velocidad increíble, donde todo lo queremos "para ayer" y donde la impaciencia parece ser la norma. Pero, ¿qué sucede cuando la impaciencia se apodera de nosotros?
En primer lugar, la impaciencia nos lleva a situaciones de estrés. Queremos que todo suceda de una manera rápida y eficiente, pero cuando las cosas no se dan como queremos, comenzamos a sentir frustración y nos ponemos ansiosos. La impaciencia nos hace creer que el tiempo apremia y eso nos lleva a situaciones de tensión que, en muchas ocasiones, no son necesarias.
La impaciencia también nos lleva a tomar decisiones precipitadas. Queremos resolver un problema rápidamente, pero no nos detenemos a reflexionar sobre las posibles soluciones. Tomar decisiones apresuradas puede llevarnos a cometer errores importantes, que luego serán difíciles –o imposibles- de corregir.
Por otro lado, la impaciencia nos hace perder la oportunidad de disfrutar el camino. Queremos llegar al final lo más rápido posible y eso nos hace olvidar todo lo que acontece en el trayecto. La vida está llena de pequeñas cosas que merecen ser disfrutadas, pero si estamos obsesionados con llegar al final, las pasamos por alto.
Ahora bien, ¿cómo lograr ser pacientes? Hay algunas técnicas que pueden ayudarnos a mejorar nuestra paciencia. En primer lugar, es importante tomar conciencia de nuestro estado emocional. Cuando comencemos a sentir impaciencia, debemos detenernos y analizar qué es lo que estamos sintiendo. Una vez que lo sepamos, podremos tomar las medidas necesarias para controlar ese sentimiento.
Otra técnica efectiva es la meditación. Al meditar, aprendemos a estar en el momento presente y a dejar de lado los pensamientos que nos distraen. La meditación nos ayuda a mantener la calma y a controlar nuestros impulsos, lo que nos hará más pacientes.
También es importante aprender a relativizar las cosas. Muchas veces nos aferramos a algo y lo vemos como lo más importante, pero en realidad no lo es. Aprender a priorizar nuestras necesidades nos ayudará a ser más pacientes y a no estresarnos por cosas que no tienen tanta importancia.
Otra técnica que puede resultar efectiva es el deporte. Hacer ejercicio nos ayuda a descargar la tensión acumulada y a liberar endorfinas, lo que nos hace sentir mejor emocionalmente. Además, el deporte nos enseña a tener paciencia con nosotros mismos, a mejorar poco a poco, a ser constantes y a no desesperarnos ante los obstáculos.
En definitiva, la paciencia es una virtud que puede ser difícil de aprender, pero no es imposible. Debemos ser conscientes de nuestro estado emocional, meditar, relativizar las cosas, hacer ejercicio y, sobre todo, disfrutar el camino. La impaciencia nos lleva a situaciones de estrés, nos hace tomar decisiones precipitadas y nos impide disfrutar de las pequeñas cosas. Ser paciente nos hará mejores personas, nos enseñará a valorar lo que tenemos y, sobre todo, nos hará más felices.